¿Por qué quiero ser investigadora?

La gran pregunta…

Mi andadura en el mundo de la investigación comenzó, como quien dice, por casualidad. A mis 18 añitos, sin saber nada de la vida (como cualquiera a esa edad), elegí la carrera de telecomunicaciones, pero mi verdadera pasión siempre fue la medicina. Y en mi búsqueda de compaginarlo todo, cuando terminé la carrera surgió esta oportunidad: investigar.

Obviamente, cuando empiezas no sabes muy bien su significado ni lo que implica. Poco a poco lo vas descubriendo. Sus grandes virtudes, como aplicar tus conocimientos súper técnicos a otro campo de la ciencia con tanto por descubrir, lo apasionante de los nuevos descubrimientos, ver el interés de las personas (profesionales de la salud, pacientes, familiares, asociaciones…) por tu trabajo, porque ven que trabajas para mejorar su situación… Pero también sus grandes desventajas, como la competitividad para conseguir los escasos recursos que se ofrecen para poder seguir con tu investigación, la rivalidad entre distintos grupos que investigan en el mismo tema y quieren ser los mejores, las horas y horas de trabajo que a veces no alcanzan su objetivo…

Y de todo esto vas aprendiendo más y más. Hasta que, como supongo que sucede en la vida de toda persona, llega un día en que te planteas la gran pregunta, esa que no hace falta que te pregunte nadie porque ya lo haces tú misma: ¿por qué hago lo que hago? En mi caso, esa pregunta se tradujo en un montón de preguntas ¿investigadora? ¿sé de verdad qué significa? ¿quiero ser investigadora? ¿por qué? ¿para qué?

Y comencé la búsqueda de respuestas a todas esas preguntas que me rondaban por la cabeza. Como definición, de momento me quedo con la de que un/a investigador/a es alguien que realiza una búsqueda de nuevo conocimiento. Sin embargo, la opinión que cada persona tiene sobre la carrera investigadora es variada, y en mi búsqueda me crucé con multitud. Muchas de ellas rozaban la utopía: “Es de las carreras más satisfactorias que existen”, “de las personas que conozco que han hecho una tesis doctoral no recuerdo a nadie que haya estado desempleado mucho tiempo”, y mis favoritas: “haces siempre lo que te gusta” y “no tienes jefe, tú decides así que eres tu propio jefe”.

Pero la mayoría eran bastante recriminatorias y me producían mucha desesperanza, la verdad: “ser investigador es vocacional, si no tienes vocación mejor dedícate a otra cosa”, “es un trabajo de 24h”, “tienes que estar muy convencido porque no es un trabajo para cualquiera”, “ser investigador no es fácil, no hay suficientes recursos, no hay una gran tradición investigadora”, “para ser investigador tienes que ir al extranjero, estar solo, tendrás incertidumbre”, “si buscas un futuro estable este no es tu camino”.

Lo cierto es que a una persona investigadora se le piden muchas habilidades muy dispares: los idiomas son imprescindibles, la comunicación oral para hacer exposiciones y defensas de sus trabajos, se le exige tener unos conocimientos avanzados de informática, programación, trabajo en equipo, estadística, expresión escrita… ¿realmente quiero hacer todo ese esfuerzo?

Sin embargo, y por suerte, hace muy poco me crucé con una opinión que de verdad me hizo cambiar el enfoque: “Ser investigador es un estilo de vida. Sencillamente tienes que valorar y decidir si quieres serlo o no”. Esta frase, del profesor Gunnar Hartvigsen, para mí fue reveladora. Como científica que soy, estoy acostumbrada a lo objetivo, y este enfoque me decía que solo se trata de poner en una balanza las cosas buenas frente a las malas y ver si me compensa en mi vida o no. ¡Qué fácil!

Ser investigador es un estilo de vida. Sencillamente tienes que valorar y decidir si quieres serlo o no»
Gunnar Hartvigsen

¿Y ahora qué?

Tras entender esa idea, bajo mi punto de vista lo primero que debe hacer un/a investigador/a es plantearse qué estilo de vida tiene o quiere tener. Después sopesar las cosas buenas y malas que la investigación puede aportar a su vida y de esta manera sabrá si la investigación tiene o no cabida así como sentido en ella. Todo esto me quitó un gran peso de encima y de repente todo eso que parecía un esfuerzo, una tarea pasada que arrastrar a mis espaldas, se convirtió en ilusión, en ganas de avanzar y de descubrir.

En mi caso particular, enseguida me puse manos a la obra. Obviamente no es tan fácil como puede parecer, pero sí muy ilusionante, y tras mucha reflexión (no voy a decir que fueron 2 días) creo que he llegado a la conclusión de qué es realmente importante para mi vida. Ahora estoy en la segunda fase, valorar los pros y los contras de la investigación, y creo que de momento no va mal la cosa.

Como pros, resaltan que mi trabajo es en beneficio de la sociedad (de pacientes, sus familiares, personal sanitario, trabajadores de áreas sociales, autoridades…), el enriquecimiento personal que te puede llegar a dar, así como la continua formación y ampliación del conocimiento.

Como contras, de momento el más relevante, a parte de la bien conocida inestabilidad laboral, es que un/a investigador/a muy pocas veces puede ver su trabajo aplicado directamente a la vida de las personas. En todo este tiempo he aprendido que los avances científicos se deben a la unión de un montón de trabajos individuales en una misma dirección, por lo que pocas personas pueden decir “mira, ese avance científico es mío”. Pero me basta con saber que contribuyo a ello.

Ahora mismo en Sabien mi trabajo diario se centra en el Process Mining aplicado al ámbito de la Salud. Estamos haciendo descubrimientos que no solo nos parecen muy interesantes a nosotros, sino también a los clínicos. He comenzado mi tesis doctoral en esta área, amparada en un proyecto que potencia la formación de nuevos investigadores  y, aunque aún es muy incipiente, la he comenzado con gran ilusión. Espero poder volver a hablar sobre mis avances en este mismo blog, porque querrá decir que todo marcha como espero.

Me he decidido a compartir parte de esta búsqueda personal porque creo que esta filosofía podría ser válida para más personas en mi misma situación. La búsqueda de la respuesta a esta pregunta me ha llevado a conocerme más y a afianzarme en que este camino, que llegó por casualidad, es el camino que quiero recorrer. Como ves esta búsqueda aún no ha terminado, y cada día sigo planteándome más dudas y trato de dar respuesta a través de aquellas personas que considero mis referentes.

Lo último que quiero hacer es invitarte a hacer tu propia reflexión. Si ya la has hecho, seguro que has experimentado esa sensación de sentirte en el sitio adecuado en el momento preciso, sentirte cómodo con lo que haces. Si no te lo has planteado, te invito a reflexionar sobre esta pregunta, que para mí es esencial tanto en este ámbito como en cualquier otro de tu vida: ¿por qué hago lo que hago?

Linkedin@LuciaAparici

COMENTARIOS (1)
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Bravo, Lucía. Lo más importante para la motivación de una persona no es el saber qué hago o qué tengo, sino para qué lo hago, cuáles son mis valores para tomar una decisión u otra (pudiendo ser todas válidas). Si sé el impacto de lo que hago y por qué lo estoy haciendo, cualquier actividad puede ser la más importante del mundo y hacer feliz a esa persona (algo así decía Beppo, el barrendero en ‘Momo’, la novela de Michael Ende …)

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